domingo, 28 de marzo de 2010

Domingo de Ramos

La Semana Santa es ocasión propicia para tomar conciencia que Dios es lo más importante y trascendental de nuestra vida concreta y de que Dios tiene un nombre y un rostro: Jesús de Nazaret, quien hoy viene a nosotros como nuestro Rey montado en lomos de un burrito prestado. Por Él tenemos acceso al Padre. Por ello dejémonos guiar por Jesús para aprender el modo correcto de ser hombres y llegar al Reino de los Cielos. Sin Cristo Rey no hay camino y sin camino no hay verdad ni vida. Pongamos a los pies del Señor nuestras vidas mismas y no sólo ramos de olivo, vestiduras o palmas y proclamemos a voz en grito: “Bendito el que viene como rey en nombre de Señor” (Lc 19, 39). Sólo así encontraremos la vida verdadera que podremos comunicar a la sociedad y al mundo de hoy.
El Amor no es amadoPor el evangelista San Lucas sabemos que al inicio de la Última Cena, Jesús pronunció las siguientes palabras: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer” (Lc 22, 15). A lo largo de los tres años de su ministerio público, el Señor Jesús ha esperado con ansia el momento de entregarse totalmente por amor a nosotros para convertirse para siempre en nuestro don de salvación. Ahora bien: ¿Cuál es nuestra respuesta al anhelo de Jesús? Es decir: ¿Cuál es nuestra respuesta a su amor por nosotros que llega hasta el extremo de la Cruz? Seamos honestos: frecuentemente una gran indiferencia y un inmenso desdén interiores.
Peor aún, en esta Semana Santa algunos como Judas lo traicionarán y lo venderán cambiándolo por cualquier cosa. Otros como Caifás y sus secuaces lo odiarán y querrán nuevamente acabar con Él buscando acallar la voz de Su Iglesia, negándole el derecho que a Ella le asiste de hacerse presente en la vida pública y de iluminar con la luz del Evangelio la realidad social. Algunos como el cobarde y el pusilánime de Pilatos no tendrán el valor de ponerse de su lado y defenderlo sabiendo que Él es inocente, y más aún, el Camino, la Verdad y la Vida, y así se dejarán vencer por la presión de la mayoría y por el temor al qué dirán. Otros como Herodes vivirán frívolamente estos días santos en medio de mundana diversión y del pecado.
Cuán verdadera y vigente es aún para nuestros tiempos la conocida expresión de San Francisco de Asís: “el Amor no es amado”. Hagamos de esta Semana Santa una ocasión preciosa para crecer en el amor al Señor Jesús, y reconocer en Cristo el verdadero rostro de Dios, para adorarlo, amarlo y servirlo con entrega total, concientes que de ello depende nuestra felicidad y salvación.
Mirar la Cruz y en ella al CrucificadoEn estos días santos detengámonos a rezar ante el Crucifijo, con la mirada puesta en el costado traspasado del Señor. Quien lo hace sinceramente, no puede menos que experimentar en su interior la alegría de saberse amado y el deseo de amar y de ser instrumento de misericordia y reconciliación.
“La Cruz es la inclinación más profunda de la divinidad hacia el hombre, un toque de amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena”(2). Por el misterio de la Cruz, el Señor Jesús se ha inclinado ante nuestros sucios pies, ante la inmundicia de nuestros pecados y nos ha lavado y purificado con su amor excelso.
Dejémonos tocar por su Amor crucificado para así ser hombres y mujeres nuevos y santos. No importa cuán lejos nos hayamos ido de su presencia o cuán profundo hayamos caído, su amor es más grande que todos nuestros pecados y su misericordia es capaz de perdonarlo y renovarlo todo. Si a través de un arrepentimiento sincero y por medio de la confesión sacramental, propia de estos días santos, nos dejamos introducir en su Amor, quedaremos lavados y nuestras vidas transformadas con un horizonte de total esperanza. Recordemos lo acontecido a San Dimas, el buen ladrón crucificado con Jesús, de tanta devoción entre nosotros. A Dimas le bastó un solo movimiento de puro amor para que toda una vida criminal le fuera perdonada.
Como Dimas, ¿Haremos de la Semana Santa una ocasión preciosa, quién sabe la última de nuestra vida, para que a través del sacramento de la reconciliación pidamos sincero perdón por nuestros pecados y así nos ganemos el cielo?
“Y resucitó al tercer día, según las escrituras” “Cristo ha resucitado”. La resurrección de Cristo es el fundamento de la fe cristiana que confesamos con la Iglesia en palabras que se remontan hasta la comunidad originaria de Jerusalén, hasta la predicación del mismo Jesús y que hunde sus raíces en el Antiguo Testamento. ¿Qué sucedería si la Resurrección de Jesús no hubiera tenido lugar? Significaría que Jesús sería un muerto más, que su historia hubiera terminado el Viernes Santo. Jesús sería alguien que alguna vez fue. Significaría que Dios no quiere o no puede intervenir en la historia para liberarnos del mal y quitar el peso del poder de la muerte de nuestras vidas.
Pero no, “Cristo en verdad ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (Lc 24, 34), como atestigua el Evangelio, y por tanto el Amor que es Dios, manifestado en Cristo Jesús, es real, existe y nos salva, y ha vencido al pecado y a su fruto más amargo: la muerte.
En el día santo de Pascua no hay lugar para la tristeza o la desesperanza. Nuestras vidas y nuestro mundo, por más dificultades que podamos encontrar en ellos, tienen esperanza, futuro y porvenir en Cristo. Más aún, la Pascua nos recuerda que este mundo no está cerrado en sí mismo sino abierto a la trascendencia, a Dios-Amor, Uno y Trino, y que un día con la última y definitiva venida de Cristo resucitado y glorificado, podremos pasar de la celebración del misterio de esta Pascua a la Pascua que no acaba donde nacerán los “cielos nuevos y la tierra nueva” (ver Ap 21, 1).

Mons José Antonio Eguren

viernes, 19 de marzo de 2010

Carmelitas Descalza de Serra- Valencia

Ven y lo veras....Jovenes de hoy la Iglesia os necesita....te esperamos